La lluvia caía violentamente, como si alguien hubiese tirado de la cadena de la cisterna del cielo. El viandante soltó una maldición y se caló el sombrero hasta taparse las orejas. La larga calle se había convertido en un torrente en cuestión de minutos arruinando sus zapatos y el bajo de sus pantalones. Al notarlo volvió a maldecir. Pero el viandante era un hombre de recias convicciones y fuerte voluntad, así es que siguió chapoteando sobre aquel arroyo de calle. “Tengo que llegar hasta el final, he de llegar a su casa”, se dijo y comenzó a pensar en el día en que conociò a Ella. Ella era lo mejor que le había pasado en su vida. Se conocían desde niños cuando Ella lucía dos inmensas trenzas rubias que tanto deslumbraban al viandante. Fue la compañera de sus juegos infantiles. Pasado el tiempo ese compañerismo se convirtió en amistad y, después, en amor. Por aquel entonces Ella ya no tenía trenzas, sino una hermosa melena rubia. El viandante y Ella se casaron y vivieron su felicidad en tiempos de dificultades económicas. Eran malos tiempos. Con lágrimas en los ojos Ella preparó una vieja maleta al viandante que tuvo que emigrar a un país más próspero. Volveré cuando junte un poco de dinero, dijo el viandante al despedirse y Ella le respondió con un esbozo de sonrisa mojada por las lágrimas.
Arreciaba la lluvia. El torrente de la calle se convertía en río. El agua
llegaba casi a las rodillas del viandante haciendo sus pasos más lentos e inseguros. La turbulencia de la corriente le hacía caer, pero se levantaba con más decisión y mantenía un difícil equilibrio remando con las manos. Después de tres años de ausencia no había lluvia que le impidiese abrazar a Ella. Ya no le preocupaba el traje que compró para el reencuentro. No le importaba su aspecto. Solo quería llegar, llegar, llegar. Sentía frío, pero lo soportaba pensando en la calidez de los brazos de Ella. Llegar, llegar, llegar, este único pensamiento ocupaba su mente, le dominaba y al mismo tiempo le daba fuerzas.
Entró en su casa desfallecido, pero se recuperó y empezó a llamar a Ella. Ante la falta de respuesta corrió por toda la casa abriendo y cerrando puertas cada vez con mayor ansiedad, pero Ella no estaba. Jadeaba mientras andaba nervioso por el piso. Tropezó entonces con la trampilla del sótano. La levanto con ansiedad…
En el sótano, inundado, flotaba sobre el agua la rubia melena de Ella.
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